En 1986 llegaron al Chocó invitadas por monseñor Castaño Rubio, quien tenía amistad con la comunidad de tiempo atrás. Las religiosas tenían interés de abrir un puesto de misión y habían considerado las opciones de los Llanos orientales; pero ante la insistencia del obispo, se decidieron por Quibdó.
A Bellavista llegaron a comenzar la misión Carmen Garzón, Cecilia Díaz y Norma Orihuela. En esos primeros años contaron con el apoyo incondicional de los padres Verbitas, especialmente del padre Félix Albizu. Sus primeros trabajos apostólicos fueron la catequesis, el apoyo a los grupos organizados y la alfabetización de adultos en los pueblos de Bojayá, según una experiencia educativa que impulsaba el equipo claretiano del medio Atrato.
Las religiosas agustinas han debido afrontar los momentos más duros del conflicto armado que ha golpeado a las comunidades del Atrato. En el año 1997 fueron testigos de la llegada de la avanzada paramilitar que golpeó a las comunidades ribereñas con un saldo de decenas de muertos, desaparecidos y centenares de familias desplazadas por miedo a las amenazas y la guerra.
En el año 2000 estuvieron en el fuego cruzado cuando la guerrilla de las FARC se tomó a sangre y fuego los pueblos de Bellavista y Vigía del Fuerte, dejando un buen número de víctimas mortales entre la Policía y secuestrando a muchos otros agentes uniformados.
En mayo de 2002 fueron testigos de primera mano de la masacre de Bojayá, cuando 119 personas, la mayoría niños y mujeres, murieron en la iglesia de Bellavista cuando estalló el cilindro bomba que la guerrilla disparó contra los paramilitares que intentaban resguardarse también en la iglesia en donde los civiles intentaban protegerse. En esa mañana centenares de personas –mujeres la mayoría- se protegieron en la casa grande de las hermanas agustinas mientras se libraba el combate en las calles del pueblo. Muchos paramilitares buscaban entrar a la casa para librarse de la muerte inminente; algunos pretendían esconderse metiéndose por debajo del piso de madera.
Cuando la muerte reventó con estruendo sobre el templo, los pobladores se fueron en estampida hacia Vigía del Fuerte, mientras los guerrilleros, las religiosas y algunos cristianos, buscaban socorrer a los sobrevivientes de la tragedia atendiendo a los heridos. En las horas que siguieron ayudaron a consolar a los moribundos, restañaron las heridas y empezaron a recoger los muertos.
Aunque los pobladores de Bellavista se trasladaron al nuevo pueblo construido por el gobierno, las agustinas decidieron permanecer en el antiguo pueblo que rápidamente fue demolido por la humedad de la selva tropical. Ellas continúan con su trabajo incansable apoyando a la organización campesina, impulsando proyectos de economía solidaria y dignificando a la mujer campesina del Atrato en todas sus iniciativas.