Entrevista a Ángela Cecilia Traldi «Más que una foto»


angela cecilia traldi«Aprendí a ser madre siendo abuela de todos»

¿Quién es Ángela Traldi?

Una mujer de 72 años. Todavía joven. Viven muchas de mis profesoras y formadoras. Mis orígenes son italianos, pero toda mi familia se estableció en Brasil, país en el que nací. No soy de las que ya nacieron religiosas… Me costó seguir la llamada. Era rebelde… Incluso puedo decir que me costó emitir la profesión perpetua. Aquello de “para siempre…”. Hice un pacto con Dios, le dije, bueno “por hoy” y ese “por hoy” lo voy repitiendo cada día. Así descubrí que la fidelidad es la de Él. La mía, sólo dejarme hacer.

¿Y qué haces en la vida religiosa?

Vivo y dejo vivir. Intento cada día que a mi alrededor brote la vida sin condicionarla. Mi existencia ha estado marcada por los ritmos de vitalidad. Mis primeros años como Agustina Misionera fueron intensos, acompañamiento de nuevas generaciones, lucha por la igualdad… Llegué así a los 34 años, cuando mis hermanas quisieron que fuese su Superiora Provincial. Me cambió la vida y me hice mayor. A los dos años viajo a Roma porque teníamos capítulo general… Yo no sabía casi nada del resto de la congregación fuera de Brasil. Mis hermanas me eligen Superiora General con 36 años. Corría el año 77 del siglo pasado. Unos años intensos de aperturas e intentos misioneros. Unos años difíciles de salidas de la congregación y preguntas que yo no tenía resueltas. Pasan esos seis años y vuelvo a Brasil donde me encargan de la formación. Seis años acompañando a las misioneras más jóvenes. De nuevo en el 89 vuelvo a Roma. Capítulo general y elección como Superiora General. Segundo mandato. Me veo más madura, pero con idénticas ganas de novedad y apertura. Me pasan muchas cosas esos años. Viene un nuevo capítulo general y mis hermanas me reeligen, tercer mandato que concluye en el 2001… Por fin, creí que había terminado mi tiempo de gobierno, empezó el tiempo maravilloso de poder vivir lo que desde Roma había querido impulsar.

En el año 2001 ¿dónde fuiste?

Fui dos meses a Taiwán. Habíamos impulsado una nueva fundación en Tailandia y era necesaria la presencia de hermanas de refuerzo. En el capítulo me ofrecí. Al cabo de esos dos meses, sin embargo, me vuelven a elegir Superiora Provincial de Brasil.

En el 2008 termine y envié una carta al gobierno provincial donde les decía que después de haber pedido tantas veces a las hermanas que debían abrirse, ofrecerse, “volver a nacer”, también yo debería vivirlo. En el 2008 ya no tenía 36 años, sino 67.

¿Cuál fue la respuesta a aquella carta?

Me enviaron a Mozambique, donde estoy. Aprendí a respirar, a sentir y a gozar. Entendí que buena parte de nuestro carisma hay que dejarlo que brote por los poros, me hice más débil, pero también más capaz de vivir al ritmo de la sencillez. Lo que tantas veces había presentado al Señor en la oración diaria, descubro en este contexto tan natural, que forma parte de mi persona, desde siempre. He aprendido, por ejemplo, a ejercer la maternidad, siendo la abuela de todos. Un ministerio nuevo, importante en nuestra Iglesia y en la vida religiosa.

Volveremos a Mozambique, pero cuéntanos algo de una vida larga al servicio del gobierno. ¿Algún momento especial?

Muchos y siempre con nombres detrás. Quiero recordar nuestra vuelta a China. Un auténtico argumento de película. La congregación estaba en China y después de 47 años de silencio nos llegó la noticia de que había unas monjas allá que se decían Misioneras Agustinas y entonces tuve que ir… Era el año 1997. El cuadro que encontré es el siguiente: una casa muy vieja por dentro impresionaba mucho, dos viejitas con tres jóvenes, un padre Agustino en silla de ruedas y un joven sacerdote. Todos vivían en la misma casa. Yo me quedé sin saber quien eran aquellas personas y fui preguntando y una de las monjas era franciscana, la otra viejita, Marta, era novicia agustina que tuvo que dejar el noviciado porque estaba enferma y cuando mejoró nuestra congregación ya había sido expulsada. Intentó entrar en otra congregación pero después su padre se puso mal y ella se fue a cuidar a su padre y hasta entonces continua trabajando en distintas fábricas y esas cosas, mientras la situación estaba muy difícil y cuando mejoró ¿Qué hizo? Un obispo agustino le dio los votos y ella empezó a trabajar en la congregación. Eso sí, sin poder establecer ninguna comunicación con el instituto.

Me decía: “yo soy agustiniana, me agarró del brazo y no me soltaba, me decía después de muchos, muchos años finalmente encontré a mi madre, ahora tengo una luz en la vida”. Después que salimos de allá, su mente empezó a trabajar y cuando volví a visitarla empezó a acordarse de hermanas, se acordaba de todas y de todo.

El gozo y el dolor siempre de la mano ¿alguna experiencia de sábado santo?

Sin duda alguna, Argel. Allí sembramos vida con dos mártires. La situación se complicaba por momentos. Las hermanas se despedían todos los días, por si era el último. En 1992 la situación empeoró nosotras fuimos a pasar la Navidad con las hermanas y allí estaban dos hermanos maristas que vivían cerca y se ayudaban mucho (estamos llamados a vivir la misión intercongregacional siempre). Uno de ellos fue el primer martirizado. En Argel, en aquella ocasión, vivimos el proceso de discernimiento de la diócesis. Antes, cuando estaba en Roma, me llamó una hermana y me dijo: mira el cardenal, el obispo y nosotras estamos pensando que no conviene que vengáis y… ¿por qué? Porque tenían miedo de que yo viajara con la provincial y levantásemos la comunidad. De eso me enteré después. Nosotras, con todo, fuimos. Fueron días difíciles, intensos, imborrables… Recuerdo el día que me marchaba. La víspera acordamos tener una cena. La última cena dijo una hermana que se apuró en sacar una fotografía. Ya en el aeropuerto una cadena de infortunios, amenaza de bomba, suspensión de vuelos y yo aislada en una sala. Así, con mil sensaciones, sentimientos y preguntas sin respuesta llegué a Roma. A la semana siguiente, yo tenía comprometida una visita de animación en Madrid. Me llaman que con urgencia vaya a la casa central de Madrid con mis pertenencias. Instintivamente cojo solo el pasaporte y pensé… “está cumplido”.

Después se sucedieron los momentos de zozobra y confusión. La situación de las que quedaron, la negativa de las autoridades a dejarme volar por razones de seguridad, las familias, la congregación, la misión, la vida… ¡Todos los núcleos de Dios aparecen cuando vives un momento así!

¿Eran hermanas que conocías bien, cuánto tiempo te han resonado sus palabras?

Me siguen resonando. Eran dos personas que quería y me querían mucho. Es- ter antes de marcharse, estuvo hablando conmigo y me dijo que sus padres estaban inquietos por la situación de Argelia y que preguntaron a sus sobrinas y una de las sobrinas le dijo: no abuela, yo pienso que ella debe ir y así intentó calmar a la familia. Ester tenía padre y madre vivos todavía y Cari tenía hermanos.

Lo vivo como si fuese hoy. Era domingo. La Iglesia que estaba cercada con una tapia y dentro vivían las hermanitas de Foucauld. Dos hermanas vieron cuando salieron de casa que estaba lloviendo y volvieron a por el paraguas y con eso se distanciaron de Ester y Cari que habían salido antes. Cuando estaban llamando para entrar a la Iglesia les dieron dos disparos uno en la cabeza de Cari y otro en la cabeza de Ester, la bala que le dio a Ester atravesó el portón y llegó a la pared de la Iglesia. Ester se murió ahí mismo, cuando llego la ambulancia ya había perdido la vida y a Cari le intentaron quitar la bala pero nada.

Fueron días terribles de pasión y resurrección. ¡Nos quedamos tan impresionadas, además continuamente recibía la misma cuestión: ¿vas a dejar a las hermanas allí? Una presión terrible.

Seguramente de las decisiones más difíciles en gobierno… permanecer.

Sí, entramos en discernimiento. No faltó quien nos dijera: quitaros el polvo de las sandalias y salir. Me iluminó mucho el General de los Maristas, habían sufrido ya siete martirios de hermanos, me llamó y me dijo: “Ángela tenemos que subir a Jerusalén…” Hice muchas consultas. Muchísimas. No podía perdonarme exponer la vida de más hermanas. Fueron tiempos de muchos contactos con las hermanas que habían quedado en Argel. En una de esas llamadas, una de las hermanas que estaba allí me dijo. Dejadnos, no sigáis calculando sobre los peligros porque “a ellas las han matado con una bala y a nosotras nos vais a matar vosotros con tanta presión”. Esa palabra me ayudó a decidir, a confiar y a no trasladar más inquietud. Hoy seguimos allí.

¿Te afectó mucho todo aquello?

Es la primera vez que Ángela se queda en silencio prolongado… Retoma la expresión y nos dice… Me afectó mucho y me hizo pensar todo. Podría decir que me llevó más a la oración, pero la realidad es que en aquel tiempo me costó orar y confiar. No conseguía entender que Dios estaba en medio de todo aquello. Por ejemplo, yo no conseguía ni rezar el Padrenuestro. Ese hágase tu voluntad, se me hacía imposible.

¿Te has equivocado alguna vez en gobierno?

Sí, me equivoqué con una provincia de mi congregación… Había una situación muy complicada allá. Tomé una decisión muy drástica y hoy cuando lo pienso… quizá hubiera tomado la misma decisión pero de otra manera. Ésta para mí fue la más fuerte.

¿Puede una persona de edad ser la encargada de pastoral vocacional?

Sí, porque se trata de una pastoral de imprevistos. Cada persona es un mundo y cada historia una posibilidad. Gente de edad, con visión, pueden sostener y acompañar los recorridos del seguimiento ya que no hay dos iguales.

¿Qué es lo que cambió tu vida religiosa?

La experiencia de gobierno. Es muy diferente ver las cosas y las personas por dentro. Aprender a callar, contemplar, y siempre esperar…

¿Te resultó duro dejar los cargos?

La primera vez que Ángela pasa de la sonrisa a la carcajada… ¡En absoluto!. La mañana siguiente a dejar de ser general, me puse la blusa más alegre que tenía que no solía poner. Mis hermanas dijeron “hasta la manera de vestir ha cambiado”. Dejar un cargo te permite reflexionar y ver si yo oí lo que he predicado. Descubres entonces si hay coherencia.

En Mozambique, ¿qué te encontraste?

Encontré vida. La verdad de la inserción que es una comunidad pequeña en el medio del pueblo. Una casa abierta… La letra de la música que llevaba tantos años “cantando”.

Me ha confortado mucho escuchar a dos jóvenes junioras hablando entre ellas: “Mira primero nos mandó, ahora vino… vino detrás de nosotras y con nosotras”.

¿Cómo es un día normal en Mozambique?

Me levanto a las 5 de la mañana. Hago a primera hora oración personal, también por la tarde noche. No es una comunidad para los muy cuadriculados, porque todo puede fallar. Somos apóstoles de lo imprevisto. Lo que está muy asegurado, como comunidad, es la oración de la mañana. Es una oración muy participada y llena de vida. Rodeados de situaciones difíciles y de muerte la Palabra resuena siempre como aliento, agua fresca y esperanza en un mañana mejor.

En Mozambique ¿echas de menos algo?

A mis 72 años nada. Además desde diciembre pasado tenemos luz casi regularmente. Tenemos agua, que es la mayor riqueza y te acostumbras a calentarla un poquito para bañarte.

¿Cómo ves la vida religiosa en general?

Se está acabando un ciclo… y no pasa nada. El religioso y la religiosa tienen que experimentar la vida en fe, desde lo concreto. Tienen que sentir que están al servicio de la vida, proporcionando vida… Tengo mucho miedo a quienes están gastando las mejores energías en la pura gestión organizativa sin experiencia de fe.

La comunidad, ¿cómo tiene que ser en este tiempo?

Tiene que ser una comunidad de fe, de esperanza y de caridad. De fe, creer en Dios porque Él es la fuerza, porque hay momentos que si no es Dios… tú no sabes por donde ir y la fe en las personas. La esperanza de que este mundo puede cambiar y que tú puedes aportar algo. La caridad que tienes que estar abierto a vivir, la caridad según las situaciones. Esta combinación, además, vivida por jóvenes y mayores juntos para que sea real.

Y el estilo de gobierno en la vida religiosa…

Para mí tiene que haber dirección, energía y ternura. La energía en el momento que sea, pero tiene que haber una flexibilidad…

¿Dispuesta a volver a ese servicio?

No. Tiene que haber creatividad. Son tiempos nuevos, para personas nuevas a las que hay que apoyar.

La decisión más urgente que hay que tomar en las congregaciones…

Ir donde realmente hay necesidad.

Entrevista realizada por Luis Alberto Gonzalo Diez para la revista «Vida Religiosa»



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