Domingo de Ramos


DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Lectura: Mt 21, 1-11

Reflexión:

¡“Hosanna” al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡“Hosanna” en las alturas! (Mt 21,9) Son las palabras del apóstol Mateo que nos introducen en las celebraciones de la Semana Santa. En el domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa, Dios, que nunca ha dudado de amar al ser humano, se acerca a todos los hombres y mujeres y nos ofrece como signo lo máximo que podía darnos: a su único Hijo. El amor de Dios no es un amor abstracto, es un amor personal que pide a cada uno de nosotros la respuesta de la fe, es decir: el sí incondicional de cada uno de nosotros a Dios. Fe en Dios significa aquí la respuesta del hombre al amor que se entregó por nuestra salvación. Creer es solo amar al que sin mérito mío me amó primero.

Desde la perspectiva del amor, la cruz de Cristo, como signo de la presencia de Dios, es inherente a nuestra condición de cristianos. Por ello, a nuestra identidad cristiana le pertenece el ser para los demás profetas y testigos. Profetas porque al confesar a Cristo en esta sociedad que en muchas cuestiones vive de espaldas a Dios, incluso contradiciendo la verdad evangélica, denunciamos sus abusos, sus injusticias y sus contradicciones y nos convertimos en germen de un nuevo Reino que viene por la muerte y resurrección de Jesucristo. También testigos, porque al confesar a Cristo en esta sociedad que ha dejado a hombres y mujeres ante la nada, aparecemos como unos personajes molestos. Testigos incómodos porque algunas voces nos presentan como contrarios a los deseos de una mayoría anónima, a la que pretenden manipular y presentar como la auténtica conciencia del pueblo.

La pasión bajo el signo la cruz es misterio de amor. El amor adquiere su máxima plenitud en la resurrección. Por eso, aunque la muerte sigue estando presente ante nuestros ojos, se trata de una muerte que ha sido vencida: ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón? (1Co 15,55). La resurrección de Jesucristo nos descubre, pues, la grandeza del amor de Dios que se nos anticipa y nos supera.



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