VIERNES SANTO EN LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR
Lectura: Jn 18- 19, 42
Reflexión:
Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera”, donde lo crucificaron (Jn 19, 16b-17). Son las palabras del evangelista Juan narrando la muerte de Señor. Quienes habían preparado la muerte de Cristo, apoyados por el pueblo, tomaron a Jesús. Se creían con el derecho a hacerlo. Es más, pensaban que era su obligación, como ellos mismos habían dicho: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo” (Jn 18, 14). Jesucristo acepta la muerte para que aprendamos a vivir según la única verdad que llena el corazón del hombre: la verdad de Dios: Para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad (Jn 18, 37). Según esta verdad: la muerte no tiene la última palabra sobre nuestras vidas, el bien triunfa sobre el mal, el amor es la norma de la vida, el destino del hombre es vivir junto a Dios: la santidad.
La muerte para Jesús se presenta a través de la cruz. La cruz es el signo de una guerra entre la Vida verdadera y la muerte reinante, donde se pone manifiesto que el hombre y la mujer están destinados y necesitados de vida. Cantemos la nobleza de esta guerra, el triunfo de la sangre y del madero; y un Redentor que, en trance de Cordero, sacrificado en cruz, salvó la tierra (Misal Romano, celebración de la Pasión del Señor). A Jesús lo crucificaron en el sitio llamado de la “Calavera”. Al recordar tantos sitios donde el mal se ha hecho presente, somos conscientes que el pecado no es abstracto, deja su huella. La cruz de Cristo es el precio que la muerte y el pecado han exigido a la desobediencia del ser humano. En el centro de esta terrible y trágica verdad se encuentra Jesucristo, el Sacramento de Dios que arranca de la historia humana todo lo que el pecado y el mal han extendido. La cruz testifica el amor del Padre que entrega al Hijo y el amor de Jesús, que se hace solidario de los hombres y mujeres para que reconozcamos nuestro pecado, y no repitamos jamás esta muerte y esta cruz.
Oración:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.